UN LIBRO: "La descomposición", de Hernán Ronsino

Posted by Vero Chamorro on 04 septiembre 2012



Compartir gustos literarios con varios amigos es una suerte, porque siempre hay alguno que nos recomienda un autor o un libro que da gusto leer. Así llegué a este escritor argentino al que pretendo seguir el rastro. 
Ronsino tiene una gran habilidad para dotar a sus novelas de una atmósfera y un ritmo muy particular. Leer La descomposición es sumergirse en el aire húmedo, pesado y asfixiante de un pueblo perdido, cercado por campo y agua estancada. Es acompasar el paso, e incluso la respiración, a esa cadencia de muerte. Pese a ser una novela muy breve, tiene una densidad y una consistencia que exige una entrega absoluta. Te obliga a que la sigas, a que te adentres en esa trama oscura en la que todo parece a punto de estallar y, sin embargo, se contiene apenas lo suficiente como para que ansíes seguir adelante.
La descomposición es un libro perturbador. Tras una trama que avanza sin mayores sobresaltos, se esconde un final que te arrolla y te deja sin aire. Los personajes parecen haberse contaminado del aire malsano del lago muerto que los acecha desde las afueras del pueblo, porque se entregan a la locura y a la decadencia como quien contempla cómo pasa la tarde. Hay algo que avanza inexorablemente y que devasta todo lo conocido, mientras el lector no puede más que ser testigo de ese devenir exasperante. Y aunque, por momentos, dan ganas de mirar hacia otro lado, esta novela nos sujeta y no nos deja ir hasta dar vuelta la última página.
 
Un lugar: Café de la esquina, en Libertador y Olazábal. Un bar que parece existir al margen del paso del tiempo.
Una bebida: un tinto fuerte y áspero, servido en vaso chico. Ginebra, para bajar los últimos capítulos.
Un tema musical: aunque el tango está muy presente en la novela, me quedo con Fandermole para musicalizar el momento post-lectura. Sobre todo, con el tema "El miedo".
Una cita:
"Así desnuda era como un mar. Esa pieza. El perfume. Las sirenas, afuera. Todo el vino que me había chupado. ¿Sabés que pensé en un mar? Tuve la impresión de un mar. Tenía que ponerme a nadar, atravesarlo, en el medio de la noche. La mina desnuda, era el mar. Y había que llegar a la otra costa. Me desnudé, como cuando me tiraba de pibe en la laguna de Pomaré. La misma ilusión, che. La abracé. Me acordé del gesto que acompañaba las palabras del maestro Medrán: 'El que se entrega a una mujer lo quiere todo, pero también lo pierde todo', decía el viejo mientras se apretaba el corazón."


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